Prosa, Relatos y Ficciones


Esperanza color de Jacarandá


"La salida... ¡Maiquetía!"

Día 30 de diciembre de 2018, maleta de mano de 8 y equipaje de 23 kg respectivamente; maletín de laptop y bolso personal a reventar con libros escogidos a ojos cerrados -encomendada a Dios para evadir el pago de sobrepeso en el pesaje permitido-, en mi pecho una sensación de hoyo sin fondo. Así salí, con lo imprescindible e innegociable que podía llevar conmigo, tras la obligatoria práctica de desapego express en las últimas semanas antes de mi partida.

"El trance de la decisión"

El recuerdo de los días y semanas anteriores vagan zombis en mi mente luego de finalmente aceptar la propuesta de los hijos, tan postergada por mí, de "sacarme" literalmente del país, más específicamente de la isla de Margarita, donde estaba islada. Los últimos meses del año empeoraron en todo sentido y la sensación de caos general era abrumadora; por lo que la decisión fue ineludible. Recuerdo tan solo el esfuerzo sobrehumano que hice para mantenerme enfocada en el check list interminable de cosas pendientes por hacer que aumentaban exponencialmente tras tachar lo resuelto; un ejercicio desolador. Arreglar documentos personales, armar y desarmar maletas incontables veces, resguardar "lo de valor" adquirido en la vida, cubrir los muebles para protegerlos del polvo, desenchufar electrodomésticos, asegurar rejas y ventanas, en fin guardar en cajas lo que fue mi vida hasta entonces, todo en modo automático; viviendo una suerte de alexitimia circunstancial. Tras dejar mi auto, mi perro y las llaves de mi casa con mi vecina y sin mirar atrás, quedó detenido el tiempo, y gravitando un ¡Hasta luego!, un ¿Hasta cuándo? de duración indefinida.

"El punto de quiebre"

Mi punto de quiebre ocurrió en el aeropuerto, cuando de vuelta de mi ensimismamiento me apercibí en la sensación de huída al llegar al final del túnel de embarque, al ver la hendija entre el piso del túnel y la puerta del avión que me llevaría luego de un tránsito de 9 horas a mi nuevo destino a más de 6 mil km de distancia. Al pasar el umbral, un estremecimiento me erizó la piel de pies a cabeza, en la certeza de estar vivenciando un salto cuántico; ya en el asiento, las lágrimas reclamaron su libertad y a través de ellas, borrosa y paulatinamente se fueron desfigurando la costa, las montañas y el Puerto de La Guaira por la ventanilla, mientras el avión alzaba el vuelo y giraba mar adentro. Esa mi última visión de la geografía cuya impronta me bautiza como venezolana, ese pedazo de tierra donde nací y en donde desde hacía bastante tiempo me sentía una exiliada: Venezuela, contradictoria, ajena y extraña.

"El Reencuentro, Argentina un nuevo estar"

En Ezeiza se abrieron de par en par las puertas a un nuevo estar y vivenciar junto a los hijos, ya no me siento árbol talado. Soy migrante Ciudadana del Mundo con la consciencia amplificada, viviendo un tiempo nuevo, rodeada de novedad, aprendiendo a desaprender, compartiendo complicidad de manos amigas y sonrisas convocantes, sujeta al reporte diario del clima, bajo cuatro estaciones.

"En catarsis, Aquí y ahora"

"Mañana que vas llegando, rayito de sol que siento..." cantaría el tío Simón; es noviembre, primavera en el sur; ya pasé mi primer invierno (me caló hasta los huesos) transmutando rabia, nostalgia y dolor por Aceptación y Agradecimiento. Mis Querencias permanecen intactas, no hay Flores de Araguaney; en su lugar mi esperanza renace color de Jacarandá.


*Texto participante del Concurso literario Latidos del exilio venezolano (septiembre 2019)


Marina 

   del Pintor margariteño 

 Ramón Vásquez Brito

De marinas y ausencias 

A los maestros Vásquez Brito y Murguey



Cayó la tarde, el mar ronaba por los lados de El Tirano y triste se dormía la Bahía de Pampatar. Desde Taguantar, yo miraba como sobre sus aguas, el sol se dormitaba. De repente, la tierra giró dos veces o quizás una eternidad, no lo sé; solo sé que la atmósfera blanquiazul de aquel instante se fue lentamente diluyendo y con ella, haciéndose inmateriales; los pinceles de aquellos dioses del color, sin edades. La bruma de las Salinas de Coche borró de mi mirada sus siluetas mientras se marchaban juntas a través de la hendija que en el cielo hizo la Luna al menguar. Fue entonces cuando vi cruzar junto al horizonte a una tucusita de la Virgen rumbo al Valle del Espíritu Santo, en su piquito llevaba la mala nueva de que en los lienzos, los óleos; no pintarían más las marinas de Margarita. 


*Texto participante del Concurso Pocas palabras son mucho cuento y publicado en la versión web del libro del mismo nombre (enero 2020)
 Marina 

del Pintor margariteño 

 Carlos Murguey


Recuerdos de la infancia: 

"Mi Hermano Cheo y sus fantasmas de la Casa de mi abuela Mercedes, en la Mariño Sur



Todos los años cuando llegaba el mes de agosto y con él las ansiadas vacaciones escolares, Papá nos llevaba a Maracay desde La Guaira -donde vivíamos- a la casa de mi abuela. Allá vivían nuestros queridos afectos, mis tíos chinitos Lee y mis abuelos paternos, y con ellos mi hermano Cheo, quien es un chico diferente al resto de mis hermanos, ya que sus genes distraídos en la multiplicación y división celular al momento de su concepción, decidieron configurarse en él en forma de Trisomía 21 mejor conocida como Síndrome de Down; y como los tiempos que rodaban por aquellos días eran los 60´s, y el conocimiento, crianza y educación de estos hermosos seres diferentes no estaban tan "claros" como hoy en día; luego de un consenso familiar en aquel momento, mis padres decidieron que mi hermano mayor tendría mejores oportunidades de desarrollo de todo tipo si crecía en el ambiente familiar numeroso en miembros, alegre y diverso de la casa de la abuela paterna -Mi abuela Mercedes- como efectivamente y por fortuna ocurrió.

"Cheo", José Luis - mi hermano mayor - como cariñosamente lo hemos llamado desde siempre, creció rompiendo todos los pronósticos esperables sentenciados por los médicos y la "ciencia" de la época, tanto que en definitiva, y gracias al entorno favorable, creció sanito, amoroso, muy inteligente y "muy pilas". Tenía y tiene siempre muy buen sentido del humor, divertido en la infancia nos jugó siempre las mil bromas, de las cuales fuimos víctimas como tontos un sinfín de veces. Compartíamos con él solo en vacaciones escolares, navidad y cualquier día festivo durante el año; los cuales en su compañía siempre fueron adorables.

Una de sus bromas favoritas era meternos miedo con cuentos de fantasmas y aparecidos. Justo cuando entraba la noche, se escondía, hacía ruidos, se quedaba callado a ratos mientras hacía sus relatos para aumentar la tensión y el thriller, hasta que inesperadamente pelaba el par de ojos y...

¡¡¡Ahhhh!!! Pegaba un grito, tras lo cual salíamos todos corriendo llamando a la abuela para que nos salvara de aquellos espantos en los rincones.

El momento de mayor suspenso y sudores fríos ocurría en horas de la madrugada, cuando nos moríamos de las ganas de orinar y teníamos que dirigirnos de las habitaciones al baño, el cual quedaba al fondo de la casa teniendo que cruzar aterrorizados, el largo e interminable zaguán del caserón. Recuerdo que la odisea era compartida colectivamente entre hermanos y primos, ya que ninguno se atrevía a quedarse solo en el cuarto, así que con Cheo a la cabeza salíamos en expedición al baño, y digo expedición, porque era toda una aventura para todos salir juntos agarrados en cadeneta del cuarto; nadie quería ser el último de la fila y todos queríamos realizar la cruzada de la mano de Cheo para sentirnos seguros ante cualquier eventualidad fantasmal. Lo más grueso era el paso a través de la sala, pues, en la misma había una cortina, que en la oscuridad absoluta lucía como un fantasma gigante cubriendo una pared, y cuando nuestra imaginación nos hacía creer que ese fantasma nos acechaba, era su momento dilecto, asegurándonos que detrás de la cortina habitaban los muertos y que si veíamos hacia ella saldrían y nos llevarían al más allá; en ese instante la cadeneta se dispersaba y todos corríamos despavoridos para alcanzar el baño, donde más de uno llegaba hecho aguas. El regreso al cuarto era bajo la misma tensión, al siguiente dia contábamos nuestra experiencia a Mamá o a los tíos y siempre teníamos la misma respuesta: -Eso les pasa por tomar tanta agua antes de acostarse; y mi abuela:

- Dejen a los muertos en paz.

Cuánta nostalgia por esa casa de mi abuela Mercedes y lo vivido y compartido allí en mis días de infancia, una casa mágica que ya no existe, tan solo en mi recuerdo; el terreno fue vendido hace muchos años y hoy en día -dando paso a la modernidad - en su lugar han construido un edificio con locales comerciales. Yo, les juro que aunque físicamente la casa no esté allí, todavía los fantasmas moran por sus rincones y se pasean por la calle Mariño Sur en la noche cuando salen del antiguo cementerio "La Primavera" ubicado en la siguiente cuadra y dan una vuelta intentando asustar a los niños de hoy que en el lugar habitan, escépticos de cuentos de la cripta; y que alucinados con videojuegos en DS y PlayStation adolecen de la fantasía y candidez de aquellos niños que una vez fuimos los que niños fuimos en ese lugar.


(Fotos: Mi hermano Cheo y yo en el día de hoy... ya no los chicos de los 60's-70's)



Ectópica


Y desperté ahí, -sin signos vitales - decían; mirando sus caras con tapabocas, con ojos indistinguibles, de esos, que no quieren mirar.

¡Desperté! si, más vital que nunca, queriendo levantarme para preguntar que sucedía sin poder hacerlo, atada a mi posición horizontal, estaba cubierta con una sábana estéril y blanca.

Seguidamente, fui tomada por brazos y pies, colocada sobre una superficie inoxidable y fría, tan fría que muy rápido se fueron congelando mi cóccix y una a una mis vértebras; cayendo lentamente en cuenta de que mi corazón no palpitaba. Una vez más y ya con la exaltada emoción de la incertidumbre me incorporé y al hacerlo pude observar como las paredes, puertas y ventanas del pasillo por donde era trasladada, me atravesaban sin hacerme daño, traspasando sobre una camilla las puertas batientes del lugar sin necesidad de empujarlas.

Llevada a no sé dónde, alcé mi mano hacia el conductor de mi desconocido destino, un hombre grande y obeso; y al alcanzar su pecho para llamar su atención, aterrada vi mi mano adentrarse en su tórax, quedando atrapada por un instante entre sus dos pulmones a mitad de la inspiración; la retiré despavorida, asqueada, con la sensación aun del pulso de la sangre caliente de sus arterias, que encharcadas de colesterol; me dejaban la mano embadurnada de una suerte de grasa ácida y rancia.

Fue un trayecto breve y muy largo a la vez quedando mis sentidos sometidos al curso del libre albedrío de miles de imágenes que se agolpaban martillándome las sienes; sonidos, colores, sabores y olores, regresaban a mí, desde el recuerdo a manera de flashes interminables. Infancia, nacimiento, juventud, adultez, estancia intrauterina inclusive, mientras me gestaba mi madre en su vientre; acudían al paseo en total desorden y anarquía.

Moví la cabeza varias veces para no dormirme, perder la vigilia ni la conciencia; presenciando en shock una realidad que no entendía.

Cerré entonces los ojos con una extraña resignación, abandonándome al transcurrir del momento, queriendo conectarme a mi respiración que ya no existía.

Intenté recordar cómo había llegado allí, traté de evocar el momento inmediatamente anterior al presente, pero mi recuerdo no llegaba más allá del instante en el que mi mano palpó el bombeo del corazón de aquel infeliz al invadir sus pleuras.

Comencé a darme cuenta que, el que hasta hace poco era mi cuerpo, mi espacio, mi habitación; no obedecía a mis órdenes músculo tendinosas. Mis ojos una vez cerrados no pude abrir más a pesar de que no necesitaba abrirlos para observar todo con absoluta nitidez. Mi respiración estaba afuera, inundándolo todo; mi corazón me gravitaba saltando la cuerda con mis arterias y venas.

Estaba yo fuera de mí, ectópica, paradójicamente más centrada que nunca, ocupando un lugar que sentía me correspondía.

El clic metálico de una puerta que se cerraba me trajo de regreso de mi alucinación, me hallé entonces desnuda, sin sábanas, a oscuras, en el silencio más absoluto de una morgue; yacía ahí sin recuerdos, despierta, sin signos vitales, con la temperatura que continuaba disminuyendo paulatinamente a menos cero, quedé finalmente inerte en burbujeante quietud. En una sala de partos contigua, una mujer retorcida del dolor gritaba y pujaba; pero aquel era un dolor feliz, a ratos ella oraba al cielo para que las horas se hicieran minutos, segundos; desde arriba pude ver su rostro sonreído, de bienvenida; al amanecer me esperaba para darme una nueva piel.


El Refugio perfecto


Arrastraba lentamente mi cuerpo por el borde de la cama en un heroico acto por levantarme de ahí; pero cuerpo y voluntad estaban asincrónicos, sin entenderse y ansiosos por saber que me ocurría.

Mis tendones y articulaciones laxas, se asemejaban a una suerte de gel denso y homogéneo que paulatina e irreversiblemente iban perdiendo su forma original y comenzaban a fundirse a una matriz gelatinosa mayor en la que se había convertido el colchón y con el mi almohada. Todo mi cuerpo se iba volviendo una masa amorfa de colágeno anárquico.

A través del humor acuoso que aún quedaba en mis ojos alcancé a ver mi interior, verificando que ese proceso mutacional experimentándose en mi cuerpo no había alcanzado aún mi esqueleto y todos sus huesos.

Rápidamente el instinto en mi hipotálamo me hizo correr con lo que quedaba de mi hacia mis médulas, en cuyo interior reinaba el miedo y la incertidumbre; afuera todo se desplomaba paradójicamente en forma de gel.

La respiración se dificultaba al adentrarme más y más cuando ya sin oxígeno fui sorprendida y arrastrada hacia mis pulmones - por lo que quedaba de mi torrente sanguíneo- como en un último intento de supervivencia.

Ahí intuí el inminente final, mientras se conjugaban las sales biliares devorándome el páncreas, el cual ya era un resto de gelatina roja. El espacio se hizo pequeño al paso de los minutos, no quedando alvéolos ni membranas para protegerme de aquel ataque geliforme inusitado y cruel; solo un pedazo de pleura que conducía a un hoyo negro. Sin más salida me deslicé por ella cayendo a un lugar tibio, extrañamente conocido y muy oscuro, me acomodé como pude, y en posición fetal permanecí en silencio, inmóvil, mientras todo sucedía allá afuera. Me inundó una paz absurda, fuera de lugar y circunstancia; a continuación, un sonido enorme como una campana, seguido de un silencio ensordecedor que lo llenó todo.

Entendí que era mi ventrículo izquierdo, tras el impulso de mi último latido cardíaco, mi REFUGIO PERFECTO.


Sabes a muerte


Di un paso al frente con los brazos abiertos cayendo al vacío, viendo como la gravedad aproximaba la tierra a mi cuerpo.

En pedazos, entre las piedras; mi cabeza rebotó como una pompa de jabón y el resto de mi cuerpo con ella.

Sobre la arena, desparramados, quedaron finalmente mis trozos a la orilla del mar. No hubo dolor, ni pesar, mucho menos arrepentimiento.

Un rayo de sol acudió de inmediato a mi llegada, y con él, el abrazo de las olas, organizándome de nuevo, quedando dispuesta de costado: Hermosa, grácil, intacta, con la mirada amplia, inmensa, fija en el horizonte; mientras la marea se desbordaba a borbotones por mi nariz, tibia, cálida, vivificante; proveniente de mis venas, evocando el estallido de miles de burbujas en mis oídos.

- Que dulce eres vida, - me dije, ajustando la visión mientras saboreaba la sal en mis labios y ordenaba dentro de mi boca los dientes; quitando las caracolas que ocupaban su lugar.

Me acariciaba el viento, el mismo que como un zumbido segundos antes me atravesó la frente; gélido e hiriente, mostrándome el vértigo, taladrando mis pupilas. De mi pecho abierto escapaban pájaros y estrellas y un arcoíris en las crines de un Pegaso dragón, que unió mi corazón con el cielo.

Mis cabellos se prolongaron como algas y juntándose a mis dedos se incrustaron en la arena. Mi respiración giraba en círculos dentro de un caracol gigante debajo de mi ombligo, sonando nostálgica como un viejo bandoneón.

Un gozo inusitado, una paz inconmovible, me arrolló como un tsunami; luego quieta, muy quieta me dije una vez más:

- Que dulce eres vida, tan dulce, que sabes a muerte.


De corazón verde


Eran las 11 de la noche; noche signada por una tormenta cuyos truenos y centellas hacían del cielo un tablero de puzzle. Me encontraba absorta, hundida en mi sillón con la cabeza en el medio de un foro en el que disertaba - a manera de monólogo - la lectura del sexto principio filosófico del Kybalion de Hermes Trimegisto; cuando por el rabo del ojo, algo distrajo mi atención:

La presencia de una lucecita verde titilante en el tercer escalón de la escalera que conduce al segundo piso de la casa.

Me levanté inmediatamente dirigiéndome hacia ella para saber de qué se trataba, y al acercarme, ¡Oh sorpresa! la luz comenzó a subir como una pulga saltarina los escalones alcanzando el segundo piso, ingresando a mi cuarto por la rendija de la puerta, agudizando mi curiosidad. En el cuarto la busqué por todos los rincones, todo fue fallido, la luz no apareció. Antes de dormir me di una ducha sin dejar de pensar en lo ocurrido, preguntándome una y otra vez ¿qué era aquella luz verde que con aparente inteligencia artificial se había burlado de mi minutos antes, haciéndose escurridiza, escondiéndose en mi cuarto sin poderla hallar?

De repente creí que alucinaba, que había pasado a otra dimensión y que mi visión de la luz verde era una señal que me abría el paso para entrar a ella. Al salir del baño vi que mi gato intentaba agarrar algo debajo de la cama, me lancé al piso junto a él, con la esperanza de que el felino hubiera encontrado la lucecita verde; buscamos sin resultado, ni él ni yo la hallamos. El gato frustrado se retiró del cuarto pero en la puerta antes de salir, se volteó a mirarme; para mi asombro, sus ojos ¡eran un par de luces verdes! Salí corriendo tras él pero solo alcancé a verle la cola cuando saltaba por la ventana y se perdía en la oscuridad del patio. La lluvia comenzaba a caer intensamente.

- ¿De qué se trataba todo esto? Un sentimiento de extrañeza me sacudió el cuerpo.

- Ahora en lugar de una lucecita verde, eran dos y se han escapado al patio en los ojos de mi gato. - Me dije

Desde la ventana llamé al minino, una, dos, tres veces, pero este no apareció; me acosté y dormí vencida por el fragor de los sables arriba en el cielo.

Eran las 3 de la mañana cuando desperté sobresaltada, algo o alguien insistentemente llamaba a la puerta de mi cuarto con un sonido tintineante; sin duda, con el inminente deseo de entrar, me levanté de la cama lentamente y me paré tras ella, alcanzando a escuchar de cerca el sonido que in crescendo, sin parar, hacía de mi corazón una locomotora amenazando saltarse el riel en la certeza de que se trataba de la lucecita verde. De pronto, el pomo de la puerta comenzó a girar en una y otra dirección; aterrada, me asomé por la cerradura alcanzándome un chorro de luz verde que cegó mis retinas, arrojándome al piso en el medio de la habitación; luego de lo cual una punzada cimbreante atravesó mi cráneo dirigiéndose a mi pecho dejándome sin respiración. Es lo último que recuerdo de la noche de anoche.

Esta mañana me encuentro esperando por atención médica en una sala de hospital, frente a mí, hay dispuestas varias filas de sillas, cada una de un color diferente; en ellas sentadas y ticket en mano del mismo color de la silla entre 12 y 18 pacientes por fila también aguardan por atención; a mi costado la puerta de un consultorio dice Cardiología. Una enfermera con aspecto de zombie emerge de unos de los pasillos entregándome un registro de electrocardiograma y una radiología de tórax, la cual veo a trasluz corroborando perpleja que el lugar de mi corazón está ocupado por ¡la lucecita verde!

Confundida y con las piernas flaqueándome caigo al piso de rodillas, la enfermera me ayuda a levantarme conduciéndome a la fila de las sillas verdes.

- Espere aquí con este ticket, será atendida con el número 6, - Me dice

Y seguidamente,

- Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley, la suerte o azar no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida.

- Hay muchos planos de causalidad, nada escapa a la ley - dice en tono académico

- Está usted de suerte, hoy apenas son seis los pacientes que consultan por tener el corazón verde.


Con olor a azufre


La luz de la luna crepita bajo las hojas por donde camino descalza y siento la fría baba de los caracoles que gravitan noctámbulos sobre la grama. Todo es húmedo, gris y huele a sauces lavados por el rocío de la noche, aunque ya se asoman las primeras luces del sol. Siento frío, tiemblo; mi exhalación se congela en la punta de mi nariz, los recuerdos del encuentro me hielan los tendones y aún escucho el grito ahogado en mi tráquea mezcla de placer y dolor.

Mi piel arde en llamas, cubierta de un gélido sudor -paradoja, incertidumbre - mi corazón taconea como en tablao flamenco y hay tierra húmeda en mi vagina por donde corren ríos vagos.

La sangre se precipita en mi sien izquierda, mis párpados se sellan, no escuchan; mis oídos se ensordecen, no sienten. El sabor metálico de su boca, su lengua bífida, hiriente; su aliento de madera rancia, su sexo frutal y lúgubre; se quedó tatuado en mí.

Apuro el paso y no sé por qué, ¡ya no hay temor! conocí los ojos del miedo; él respira aún en mi espalda. Sus suaves caricias de escalofrío esfuman mis bordes y ya sin continente ni tangencia, soy un hierro fundido, traslúcido; con olor a azufre...

Abro la puerta de mi cotidianidad, de mi aburrimiento y vestida tan solo con mis pies descalzos, me tumbo en la cama sobre las sábanas blancas. Miro al techo, él me abraza y pregunta:

· ¿Dónde estabas?

Con mi rabia, llena del rencor de siempre; me volteo, escupo y respondo entre dientes:

Vengo de hacer el amor con el Diablo.




                                        El adiós en el Aeropuerto Internacional Simón Bolivar

La terminal


Encrucijada indistinta de entradas y salidas

de norte a sur

de este a oeste

Los ojos se ven pero no se tocan

perfectos extraños, desconocidos

ansiosos unos, alegres otros,

desolados los que se quedan


La vida es pasajera en la terminal

entre boletos y destinos los ´departures´ titilan

apurando los besos, ahogando los abrazos;

entre voces inentendibles como en la torre de babel


En los ojos la sal atestigua el adiós

los labios susurran promesas;

el sentimiento es un punto en la muchedumbre

un hueco en la nada entre pecho y espalda

un ansia al partir

un carrusel de emociones

una bienvenida o un nunca jamás


un lugar de trance para el amor


Y Dios dijo Árbol


Y Dios dijo: ¡ Árbol !


posando sobre el sustrato generoso una tierna raíz
Y susurrándole le dijo: Te nombro árbol, hijo mío


¡Anda!, adéntrate profundo, ánclate más allá del mar, te he hecho para trascender

Ve, abrázate fuerte a la tierra en mística comunión

Fuertes serán mañana tus ramas, estación de amoríos

nido y descanso de pájaros que vengan a contarte su terredad

Crece en infinito verde, regalando mil tonalidades

que tus frutos calmen las bocas vacías y con sed

Tu sombra sea la estera donde ronde la alegría de los juegos infantiles
y tu tronco sea el testigo de pactos de Libertad
la brisa entre tus hojas sirva de arrullo a los amantes

y tu presencia referencia de sabiduría a la humanidad

Ve árbol y puebla a la tierra toda

y en tu laboratorio de clorofila alimenta al soplo, hálito de vida

Bordea ríos y lagos, viste a tu paso a las montañas, silente guerrero de luz


Que nadie ose atentar contra ti, perturbar tu armonía ni tu orden divino

no interrumpa tu ciclo, transgreda el verde, desbalance el equilibrio
Que ninguno de los tuyos -que son míos- caiga derribado al suelo
Ningún albedrío venga a ti en mi nombre a cambiar lo establecido

Tú mi más grande obra

Y Dios dijo árbol, sí; hijo de la entraña celeste de la madre tierra


Oración

Quisiera arrancarle la epidermis a la ciudad

esa hosca, agrietada y espinada

lavar del asfalto el inocente carmesí

arrancar de sus ojos los lentes oscuros

para que el sol se pasee por sus callejones y pórticos


Desterrar la sordidez de sus rincones

la inmundicia de su boca

y el pubis que se pasea impúdico

bajo la luz gastada de las farolas

en lo alto de la noche


Quisiera silenciar las ambulancias

que veloces trasgreden los semáforos

en el intento de impedir que se escape

el último hálito

mutilar las manos de los anónimos sembradores de mendigos

de los profanadores de templos

que subastan cuerpos al mejor postor

y convierten en muecas 

las sonrisas infantiles


Quisiera expropiar a los ladrones de sueños

a los políticos y a los poderosos del planeta

que hacen festin con la moneda corriente

A los vendedores de ilusiones fugaces

que prometen paz y negocian con el hambre


Borrar las visiones que destierran el futuro

de los ojos de los jóvenes alucinados con crack

las fronteras y la explotación de la ignoracia en sus riberas

"ganancia" para los botas brutas de uniformes verdes


Darle cuerda en reverso al reloj

y ver al despertar sus manecillas volar en elipses

                                                                    espirales

Sin consumo de las horas ni los minutos

aunque la luna ritme de menguante a llena

                                                                   y el sol siga saliendo para todos


Encuentros y desencuentros


Volver a la casa y a sus espacios hoy desocupados

y querer desocupar la memoria asi como se desocupa la ropa del closet que no se usará más


Volver a los espacios hoy desocupados

                                     [custodiados por la nostalgia

Encontrarse mudos los frisos de las paredes

fríos los cuartos aunque el sol invariablemente siga calentando las tejas del techo

y las ranas cantando cada noche entre las matas


Desencontrarse en los rincones, con el sauce en el jardín

y con el columpio en el patio

Atropellarse de recuerdos cuando estos como un mazo de barajas, saltan sobre la mesa del comedor al azar, con cada olor, cada sabor, cada visión y sonido


¿Cómo desocupar los latidos de un corazón vivo que duele,

 el pulso de las arterias, el impulso de las venas?

¿cómo se pasa la página así no más?


No hay convite, hay desencuentro al juntar alma y dolor


[ La muerte no existe Papá, es tan solo un estado de desocupación


Ojo Maldiciente


Tengo un ojo maldiciente, me dice lo que me niego, lo que no quiero ver ni oír. Un ojo que ve lo que me duele, nos duele y duele a cada uno de los que me rodean: Lo miserables y malos que también somos

Lo tengo preso, encarcelado, bajo 7 llaves; por hiriente, por doliente, espinado y afilado. Él a cambio, traba mi comunicación y me llena de secretos. Me hace mentirosa y misericorde (no se puede andar por ahí escupiendo los dolores propios y ajenos)

¡Es tan hermoso el dolor, ¡Tanto!

Es tan abrumadora su hermosura que es inhumano no sucumbir ante él

Por ser tan hermoso es que la gente se suicida. Y los farmacéuticos inventan el Prozac, y están llenas las consultas de los psiquiatras; para mantener el velo. Por la misma razón también existen los sanadores charlatanes, y la Sanación real como una opción evolutiva, un chance de otra conciencia mas humana y honesta; es relegada a superchería y negada una y mil veces por la ciencia médica: Lo hermoso no puede ser algo colectivo, desaparecería la humanidad y con ella este mundo trucho de una buena vez por todas. Entonces se elige Alzheimer, el fondo de un puente, el destripamiento bajo las ruedas de un auto o el disparo de una bala en el cielo de la boca o en la sien

Somos hermosos cuando podemos ver la miseria que somos desde la "humanidad" que somos


Crónica sudorípara

                                                                        La Virgen Del Valle 

                                                                              de Margarita


Todo está en orden en la Basílica del Valle, la Virgen descansa en el ala derecha del templo luego de haber sido "bajada" el pasado 1ro de septiembre, costumbre religiosa que la hace terrenal y cercana al pueblo local y foráneo cada año, y así, recibir los honores y agradecimientos para luego de la celebración ancestral volver al cielo cargada con las peticiones de sus fieles

Dentro de su caja de cristal, detrás de su cerco amurallado transparente que limita las expresiones de afecto de quienes la visitan, nos observa impasible sin discriminar a ninguno y escucha atenta el eco de las voces de todos

Familias enteras con sus sabios e inocentes se acercan con flores

Este año va trajeada de espuma con destellos de jacintos o circones o tal vez sean swarovskis que invitan al convite, a la fiesta que es sentir su cálida energía

Hay lágrimas, sonrisas, llantos de recién nacidos que en agradecimiento se llevan a "pagar la promesa" a la virgen por los buenos partos y les eche la bendición. Flota un aroma cargado de peticiones de milagros imposibles, de cura de enfermedades, de culminación de grado, de cualquier solicitud que se le pueda hacer a una madre santa y buena

Con la Virgen del Valle al fondo es la "selfie" más viral que circula por las redes sociales a esta hora, y es que nadie quiere salir del templo sin antes fotografiarse a su lado; ella es la vedette, la protagonista, quien se lleva todos los flashes

Tal es el calor que se sudan oraciones, la fe es un manto salado que nos envuelve a todos, pero no hay queja, la palabra es gutural; la gente entiende que al silencio le sobran las palabras

El ambiente -cosa extraña- se percibe libre de egos y tan solo por ese breve instante de congregación, sufrimos una epidemia de igualdad donde confluyen a la vez ropas de marca y shores baratos, perfumes caros con aroma de inciensos y fritangas de empanadas de raya o de cazón o cochino frito con cachapa y pollo asado. A mi lado un niño con un IPhone capta a la Virgen en imágenes sin dejar de desviar su mirada al goce que otro niño disfruta con un algodón de azúcar color rosa gigante y patalea de malcriadez ante la negativa de la madre de comprarle uno igual "porque se puede contagiar con amebiasis"

De repente un performance acapara la atención de todos los presentes, una señora "cumple una promesa a la virgen" ingresando de rodillas al templo y todos abrimos paso para que recorra el pasillo central hasta el altar mayor, donde la esperan sus familiares alzandola por brazos y hombros, incorporándose todos a un sentido abrazo; la piel inevitablemente se hace de gallina entre tanta conjunción de almas

Una aseadora del templo barre entre los bancos mientras rezonga por la desidia de los visitantes que inmisericordes ensucian la casa de la Patrona dejando botellas de agua vacías, vasos plásticos, empaques de galletas y hasta un pañal desechable hecho caca

- La gente de ahora no es gente - dice

y agrega

- Se llaman gente porque caminan en dos pies. Mientras continúa con la labor con absoluta resignación

Es que hay cabida para todo

Al despedirme del lugar suena "Beat it "de Michael Jackson al estilo bossa, es el sonido de prueba que realizan en la tarima que han dispuesto afuera para el evento religioso que llevarán a cabo mas tarde cuando "baje la calor" dando rienda a las presentaciones y actos culturales en honor a la virgen bonita; el ruido retumba en las paredes y vitrales del templo y hasta en el pecho de todos los presentes quienes nos vemos unos a otros asombrados de cotidianidad. Como telón de fondo se observan 3 estandartes gigantes con las imágenes de "Vallita" (disculpen mi afectuoso atrevimiento de llamarle así) al centro, custodiada a cada lado por Juan Pablo II y el Obispo de Margarita - una vendedora me dice que ha sido un buen Obispo, pero que se va -

Me confundo entre la gente rumbo al estacionamiento, preguntando por aquí y por allá los precios de los souvenirs, constatando que los mercachifles aledaños al lugar, aprovechan el feriado religioso dolarizando la fe de los devotos.

Antes de subirme al carro debo confesar que sucumbí pecadora a la tentación de una cachapa generosa en cochino frito y queso

¿Bueno o malo?

¿Cuál el referente?

May be

Quizás

Mag sein

Tal vez


En el Valle del Espíritu Santo- isla de Margarita/ 

6/9/2014


Pupila clara


Conozco cada día que pasa
mas a fondo a las personas
Les veo desde la desnudez de sus miserias
aprecio lo que destilan
lo que descarnan
dejando ver lo que les duele


Huelo su sordidez
miro mas allá de sus máscaras
de sus velos aparentes
con los que cobijan las mentiras 

                         que los hace escoria

Desbrido el pus
ahí donde se les hace llagas

mientras hago catarsis a través de mis pupilas



En busca del Niño Jesús 


Esa mañana Juan José se levantó decidido a fugarse de la escuela, aprovechando el momento de la confusión y la algarabía en el patio tras sonar el timbre del recreo escolar; y así lo hizo.

Se acercaba diciembre y el sol iluminaba el pueblo, sus fachadas y sus calles con ese particular color oro viejo de la estación que anuncia la llegada del solsticio invernal, dándole al lugar una apariencia mágica como la de una postal, la misma magia que año tras año le hacía fantasear a Juan José con la inquietante incertidumbre por saber - y mas ahora que contaba sus primeros 8 años- ¿En dónde está el Niño Jesús?

Una vez jubilado de la escuela se dirigió a la calle Real donde la otrora casa mas bella del pueblo, la del doctor Venancio Ayala, que aún se mantenía en pie; era adornada por Doña Rita y sus hijas Ana Cecilia y María Rosa como tradicionalmente lo hacían para la pascua de navidad y que a pesar de estar cayéndose a pedazos su fachada, sin mano nueva de pintura en años y sus frisos descascarillados; ellas colgaban animadas en las ventanas y el portón restos de guilindajos descoloridos, querubines sin alas y bambalinas roídas de ratón

- ¿Adónde vas porai muchacho si apenas es media mañana?, lo emplazó Doña Rita

- ¿No fuiste a la escuela hoy? Dile a tu abuela que mañana le llevo la ropa para planchar.

Juan José apuró el paso, para eludir justificaciones, no sin antes embelesarse con la luz del sol envejecido reflejándose en la cabellera al viento de la menor de las hijas, María Rosa, quien con una mirada cómplice le sonrió

- Es que ando en busca del Niño Jesús, mi señora

- Ja, ja, ja, estallaron en risa las niñas, mientras cuchicheaban entre ellas y la madre las veía con cara de reproche

- ¿Cómo que en busca del Niño Jesús mijo, si diciembre recién entra y falta bastante para el veinticuatro?

- Dicen las malas lenguas que esa es su manía año tras año por estas fechas mamá; dijeron a la par Ana Cecilia y María Rosa; las únicas niñas del pueblo que no asistían a la escuela porque eran educadas por maestros privados.

- Nadie entiende por qué lo busca, si el niño está ahí acostadito en su pesebre esperando por la medianoche del veinticuatro para traernos los regalos, pero al parecer, él no lo ve; comentó Ana Cecilia

- ¡Ah!, cosas de muchachos, y ustedes dos vayan pa' dentro a buscar mas bambalinas.

Juan José siguió su camino calle abajo hasta donde la bodega del señor Juvencio Pulgar; atrás en el patio de la casa, su mujer remojaba en una palangana todas las imágenes del Nacimiento que armarían el fin de semana cuando llegaran sus nietos de Caracas

- ¿Hola Juan José, que te trae por aquí?

- Ando en busca del Niño Jesús, mi señora

- ¡Mira tú, pues! llegas en buen momento, si estás sin oficio, ayúdame un rato a terminar de lavar a los Reyes Magos, la mula y el buey, que si lo haces bien dejo que bañes al Niño Jesús a quien tengo guardado en una caja aparte adentro de la casa.

Juan José se turbó, excusándose con una cortés mentira cruzando la calle en dirección a la iglesia.

En el ala izquierda del templo se escuchaba el clavicordio triste y destemplado del señor Agustín, un viejo italiano que llegó al pueblo en los tiempos de la emigración europea por la Segunda Guerra Mundial, trayendo consigo no mas equipaje que su clavicordio; desde la misma fecha, previa audición del Párroco del pueblo, éste consintió en que tocara en los oficios de la iglesia los fines de semana, encargándose además de la música para la navidad. En esta oportunidad ensayaba los acostumbrados acordes para los villancicos que preparaba para acompañarse con el coro de la iglesia

- Ciao bambino che ti porta qui

- Hola señor Agustín ando en busca del Niño Jesús

- il bambino Jesús sta nel cielo, vedono a cantare un po' con me

- Ahora no mi señor, mi abuela me espera

Mientras se retiraba caminando entre los bancos de la iglesia y se persignaba debidamente ante cada santo -como lo enseñó su abuela-, asomó las narices en la casa parroquial; ahí terminaba de armar el Nacimiento la Hermana Alejandrina y justo cuando esta colocaba al Niño en el pesebre, le saludó:

- Buen día Hermana

La Hermana tomada por sorpresa de su abstracción, procedió con una pulcra inmediatez a tapar con una tela blanca la imagen del Niño, al mismo momento que le decía:

- No seas mal educado Juan José, no puedes entrar aquí sin anunciarte

- Es que ando en busca del Niño Jesús, Hermana, ¡Ud. disculpe!

- No puedes verle aún; espéralo en tu casa en la Nochebuena

- Disculpe una vez más pero, ¿Puedo preguntarle algo?

- Depende de si tengo la respuesta, replicó ella

- ¿Es el Niño Jesús ese que usted oculta debajo del manto blanco?

- ¡No!, él no está aquí, no ha nacido todavía; confirmó la religiosa con indiscutible veracidad.

De Juan José se apoderó entonces un desconcierto jamás sentido, y en su perplejidad se quedó mirando un rato el crucifijo de plata que colgaba sobre el pecho de la Hermana, como esperando la respuesta verosímil que lo trajera de vuelta del limbo en el que lo dejó la última frase tajante de la monja, cosa que no ocurrió; pero una vez que aquella, al sentirse observada largamente por él, lo mandara para su casa; Juan José volvió en sí y dándose media vuelta salió del lugar. Ya en la calle, en el preciso instante en que sonaban las once campanadas y media de la iglesia, fue sorprendido por un viento inusitado y muy fuerte que lo atrapó por un instante y que él sintió eterno, haciéndolo girar dentro de un torbellino, dejándolo lleno de tierra y hojas de los pies a la cabeza; sacudido el polvo del rostro y las ropas, retomó el camino a casa, ésta vez caminando por el medio de la calle, entre los carros y bicicletas que transitaban por su lado, sonando las cornetas llamando su atención, para que se apartara de la calzada, pero él nada escuchó; luego del revolcón del torbellino lo inundó una sensación de repentina madurez que lo mantenía deslumbrado, entretenido; vagando por las calles y rincones del pueblo sin sensación del tiempo ni espacio.

En las ventanas de la casa del doctor Venancio Ayala ya titilaban bajo el inclemente sol las luces intermitentes de navidad recién colgadas y detrás de una de ellas, la niña María Rosa le aguardaba sonriéndole una vez más; haciendo que la fachada de la antigua casa recobrara el esplendor de otras épocas.

En el patio del señor Juvencio Pulgar, su mujer, colocaba las imágenes del Nacimiento ya lavadas sobre una mesa para que se secaran al sol, entre las cuales no se encontraba la del niño Jesús; en la iglesia el clavicordio del señor Agustín ya no se escuchaba tan triste, acompañado de las voces del coro ensayando los villancicos y el timbre de la escuela abría las puertas de par en par exactamente a las doce del mediodía, dejando salir a la muchachera hambrienta corriendo para sus casas.

De pronto Juan José sintió aclaradas todas sus incertidumbres, tan claras como las tripas, que muertas de hambre, se le retorcían en la panza; y aligerando los pasos llegó a casa dónde lo esperaba su abuela

- Juan José, ¡Por fin llegas! ¿Por dónde andabas distraído y perdiendo el tiempo?

- Estaba en busca del Niño Jesús, abuela

- ¡Bah! muchacho tonto, ya tienes 8 años, déjate de pendejadas

-Tienes razón, abuela, no lo encontré por ningún lado; y es que no tengo por qué buscarlo.

Afuera el viento fuerte que momentos atrás lo había arrollado aún rondaba por las calles del pueblo sacudiendo el polvo y las telarañas del lugar; azotando también a las nubes que comenzaban a correr hasta desaparecer mientras el Sol se acercaba al cénit y el calor apretaba. Una humedad prodrómica anunciaba la llegada de una tormenta y casi inmediatamente unos latigazos metálicos -que golpeaban el cielo retumbando en los oídos- espantaron al gato y a las gallinas en el patio; la abuela se levantó de la mesa para darle una última mirada a la olla en el fogón y le dijo:

- ¿Ves lo que pasa por la curiosidad y la buscadera?

- Si, abuela

Los truenos siguieron retumbando en el horizonte y sobre el techo de zinc, una lluvia de escasísimas gotas empezó a caer alborotando aún más el calor

- Viene una tormenta seca, replicó la abuela

- Entra pa' dentro ¡Ya!, Juan José y cierra bien la puerta y las ventanas, cuando la tormenta es seca, se pelean El Diablo y La Sayona, y no quiero escuchar sus gritos

- Si, abuela

- ¡Ah! Y busca el catecismo que está en el baúl, ya hablé con el Padre Pan y el lunes comienzas la catequesis para la Primera Comunión de mayo.

Juan José se dirigió entonces al cuarto arrastrando una silla para alcanzar el viejo baúl que la abuela tenia encima del escaparate, una vez abierto éste y mientras buscaba entre telas, fotos, papeles y documentos el viejo catecismo familiar, con el cual habían recibido la Primera Comunión anteriores generaciones; encontró un bojotico primorosamente envuelto en una manta blanca, y teniendo la certeza de cual era su contenido guardado con tanto recelo, se sintió tentado a abrirlo, más el latido desbocado de su corazón -que encegueció su visión por la emoción tras el tesoro hallado- no lo dejó. En ese instante desde la cocina una vez más gritó su abuela:

- ¡Juan José! saca también del baúl la mantita blanca de tapar al Niño Jesús para plancharla porque pronto llegará la Nochebuena!

Él tan solo atinó a decir

-Si, abuela


Emilia Lee

Derechos Reservados/Copyright

2019


                                          "Guaripete" (tuqueque) margariteño en la ventana

Piel de tuqueque

La piel del tuqueque

es transparente,

y aprendo a leerla

por el lado del revés,

de adentro a afuera


Me escurro

por sus ojitos despepitados

y entro

Veo su corazón

rompiendo el mío,

y me desmorona el alma


Huyo

y cuando llego a los ojos para salirme

quedo ahí bogando

ahogándome

atrapada en un precipicio que salto

Cuando salto

dejo atrás al mundo

bajo la piel amada

entonces muero

viéndole ondular por paredes

que no son las del estanque del viejo lagarto

que hasta ayer dormía

sobre sus aguas


la piel del viejo lagarto

yace flotando

sobre las aguas del estanque sombrío

mientras decidido y ondulante

se atreve a seguir su luz,

hasta aproximarse

y fundirse con ella.

© 2016 La mujer de abril / Emilia Lee- Venezuela
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